Roma; sacarte de mi mente. Pulgarcita.

Se llama Pulgarcita y tiene siete años. Tiene los ojos oscuros, casi negros pero no llegan a serlo, y el pelaje blanco y con algunas manchas negras. La he encontrado vagando sin destino por las calles de la ciudad y, en cuanto la he visto, he encontrado mi propio reflejo en la piel de un animal.

La he cogido y un carabinieri me ha ayudado a tramitar su adopción porque, como supongo entenderás, amor, mi italiano es de un día y una noche y nada apto para hablar con autoridades mínimamente importantes.
Y ahora la tengo aquí, conmigo, acurrucada a mi lado en el sofá del hotel, mirando mi laptop con esa carita de peluche reciclado.


Por cierto, creo que no te he hablado del hotel. Pues bien, no es algo exageradamente lujoso, pero se vive muy bien. La habitación es realmente bonita, de paredes blancas, mesas de madera clara y sábanas azules. Tiene un aire marinero que me ayuda a refugiarme del ajetreo del centro, a pesar de que, si miro por la ventana, lo único que veo son Vespa's y hombres con traje y corbata que caminan apresuradamente con maletines en la mano.
Pulgarcita te manda saludos.
Hoy ha sido un día muy ajetreado y las dos estamos muy cansadas. Mañana saldremos a comprar todo lo necesario para que se acomode bien en el hotel y, de paso, alguna que otra maletita de viaje en la que quepa perfectamente.
La gata me ayuda, pero sigo extrañándote, amor.
Surcaré estas calles con los ojos abiertos y tratando de no verte.
Eita.

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