Roma; sacarte de mi mente. Rutas...


Ciao, amore...
Hoy he salido con Pulgarcita a investigar Roma. Dado que tú no estás en ella, he querido conocerla mejor... Conocer algo que no tenga nada que ver contigo... Y me he sorprendido al ver que me gustaba. Voy superándome, amore.
Hemos ido al Ponte Milvio, el lugar más maravilloso que hayas visto nunca, vida... Lo único que falla es que el amor también flota en el aire, pero ya me he acostumbrado. Aquí hay amor por todas partes. El puente es como un baúl lleno de tesoros, de recuerdos, de historias... Solo que al aire libre. Si vieras la cantidad de candados que hay atados en cualquier parte imaginable del puente, con miles de nombres de parejas escritos en ellos, títulos de canciones, corazones pintados y corazones rotos... Es más bello aún que cuando lo sacan en las películas.
A ratos, cuando paseaba por entre tantas historias de amor, me entraba la risa al pensar en todos aquellos jóvenes alocados que habían colgado la mayoría de aquellos candados...
Alicce x Luca, Leo + Chiara, Elisanna e Tomasso... Reía en pensar en su ingenuidad. Sí, porque, precisamente, la mágia del primer amor consiste en nuestra ignorancia de que puede tener fin. Fin y, de nuevo, principio... Es algo que da vueltas y vueltas y nunca sabes cómo acabará y, sin embargo, aún quedan ilusos que tiran sus monedas a la fuente. Obviamente, no faltan realistas que se tiran y las cogen. Pedimos tanto, amor, ¿te das cuenta?, sin ni siquiera tener fe en ello. En fin, dejando de lado las dudas, las reflexiones y la realidad, el Ponte Milvio debería ser la octava maravilla del mundo. Solo para aquellos que sepan apreciar su aura, por supuesto.

Bueno, siguiendo el camino... Nos hemos encontrado con el Dolce Vita. ¡Amor, no sabes el sabor que tiene este café a pleno sol del medodía! Daría lo que fuera por repetir la experiencia. Pero, por Dios, qué caro era... Una estancia realmente agradable, con cortinas preciosas que daban al salón un aire de inconfundible naturalidad y elegancia, y aquél aroma a bollería recién hecha con un toque de empalagoso azúcar moreno.
Pulgarcita ha tirado al suelo a un camarero. Se ha avalanzado sobre él al ver que llevaba en la bandeja un zumo de piña y otro de mandarina. Le encanta la mandarina, la enloquece. ¿Raro, cierto? Lo sé, Pulgarcita es única.
Luego he tenido que pagar las botellas de zumo que Pulgarcita había roto y me ha tocado utilizar la targeta de compra... Amor, comienzo a quedarme sin blanca. Quizá vaya siendo hora de encontrar un trabajo, pensarás... Puede que sí. Pero prefiero esperar a marcharme de Roma. En cuanto llegue a otro lado, buscaré un trabajo.
Mientras siga en Roma, simplemente viviré.



Eita.

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